lunes, 12 de noviembre de 2012

K.O. fulminante o como Rolando Giménez se convierte en candidato para ser EL MÁS MEJOR

El deporte es para muchos el pináculo de la evolución del ser humano, cuerpos atléticos extenuados que rubrican la historia con sudor, triunfos y derrotas. La ebriedad de la admiración ante los fulgurantes campeones nos enceguece de manera espectacular, nos hace soñar con la grandeza que estaba reservada a los dioses. Para mi, el mayor escenario evolutivo está suscrito a lo sublime del arte, lo pródigo de la razón cuando se encumbra a construir una estética y un mensaje. Soy un empedernido aficionado del boxeo, ese deporte que tiene tanto de cruel como de épico; gladiadores modernos que dejan sangre sobre el ring y que al igual que muchos de nosotros se juegan la vida en un puñetazo del destino. El destino me ha guiado a ser un espectador de no solo una de las quizá mejores piezas que en los últimos años se ha presentado en nuestras salas, sino a presenciar el combate que un artista ha emprendido con la vida; gallardamente con los brazos en guardia arremete contra le mediocridad y los pavorosos augurios del que hacer teatral. He podido disfrutar del simplemente magnífico espectáculo EL MÁS MEJOR, obra producida por RAJATABLA, con dramaturgia de un eximio Roberto Azuaje quien está llamado a ser un dramaturgo de un gran legado e importancia en el futuro y en versión y dirección de un artista de talento robusto y muy atrevido como lo es Rolando Giménez. En poco más de hora y quince minutos, fui testigo de una puesta en escena descarnada, pasional y llena del rigor que tanto se extraña en la malograda escena local con las propuestas de entretenimiento de nuestra ciudad, que hoy hacen gala inmerecidamente de llamarse teatro. Giménez hace alarde de una depurada puesta en escena, llena del vigor que se vive en el cuadrilátero, momentos que se van sucediendo con la vertiginosidad de los rounds como en una pelea por un titulo mundial. Este grupo de noveles y talentosos artistas nos llevan a una pugna, nos aferramos o nos perdemos. Esta es la historia de Vicente Paúl Rondón, ex campeón mundial de boxeo al inicio de la década de los setenta del siglo XX, personaje que conoció las glorias del éxito y desde la cumbre hizo añicos su vida al caer de manera estrepitosa, la memoria y los fantasmas de nuestra sociedad nos amenazan con dejarnos fuera de combate y sumidos en la niebla espesa del olvido. Digno personaje de nuestro imaginario popular, un ser que, adoleciendo de carencias culturales arriesgó y perdió, pero por momentos acarició la posición reservada para muy pocos, ser una ídolo rutilante del deporte y estar ligado a ese extraño amor que une a los aficionados con aquellos que dejando la vida por conseguir triunfos no hacen felices. Con un muy bien planificado conjunto de acciones dramáticas, este montaje nos conduce por un viaje concéntrico a un mundo real y a la vez fantasioso, a manera de Dante, Rolando Giménez y su equipo nos introducen a los planos profundos del inconsciente humano y nos arrojan desnudos a la confrontación con nuestras pasiones, para ser golpeados con un cross a la mandíbula que nos deja tendidos en la lona. Un dispositivo escénico a manera de ensogado que va transformándose en plataformas o atalayas desde donde los personajes se lanzan en vuelo rapaz a nuestras emociones; es la singular escenografía, por momentos estos módulos, ruedan, se juntan, cambian de forma, parecieran pedestales con graníticas figuras sobre ellos, quienes desde su inmovilidad nos reflejan los interminables giros de la humanidad. Un más que sublime diseño de iluminación del maestro David Blanco nos hace merodear por sensaciones, ideas y sobre todo la cruda realidad de una vida entorpecida y dilapidada, una vez más Blanco nos demuestra que sabe utilizar la luz como elemento creador. Mención especial la dirección de actores por parte de Giménez y la valiosa propuesta coreográfica que rinde tributo al cuerpo, a las ganas con las que se lucha en la vida y esa halo mortecino con que se extingue el protagonista, muy bien por Soraya Orta; ella contribuye a sellar una obra que se enclaustra en el gusto y se hace necesaria. Ángel Pájaro como el ex campeón Vicente Paúl Rondón nos presenta un personaje absolutamente bien logrado, su exploración del pegador de Barlovento que como un gran bocazas soltaba “SOY EL MÁS MEJOR DEL MUNDO” es merecedora de incontables aplausos. Destacan también Heriberto Garcés quien se ha convertido para mi en una experiencia gratificante verle cada vez en escena, no menos estupendo y chispeante es la gran actuación de un joven que cada día muestra más herramientas como actor, Ernesto Campos; enternecedoras la actuaciones de Indira Jiménez y Orlanis Barreto como Apolonia Rondón madre del boxeador y el espíritu de esta respectivamente; el maduro y con contundente plasticidad Rufino Dorta, en el rol de referí, el cual Caronte nos guía en la barca camino al Hades. En general el elenco regaló un trabajo que merece nuestra admiración, felicitaciones muchachos. La impactante historia de Vicente Paúl Rondón es asimétricamente la historia de una Venezuela que enmarañada en sus inmensas posibilidades aún sigue dando tumbos en el destino de las naciones. Descubrir la pluma de Roberto Azuaje es para mi un bálsamo y me revitaliza, es difícil hoy en día apreciar nuevas generaciones de dramaturgos venezolanos que produzcan obras como esta. En resumen tener la posibilidad de asistir a una función de EL MÁS MEJOR, es ante todo una celebración a la vida, al teatro y al espíritu humano, que al igual que en la mitológica condena de Sísifo, nos ata a un destino que nos hace luchar por nuestro destino una y otra vez hasta el fin de los tiempos. Gracias Rolando Giménez por EL MÁS MEJOR. Sigue con tus sueños como los grandes atletas del ring; citius altius fortius; más rápido más alto más fuerte…

martes, 4 de septiembre de 2012

Ángel Custodio Loyola, El Tigre de Masaguarito.

Ángel Custodio Loyola, El Tigre de Masaguarito: “…la guayaba nació verde y el tiempo la maduró…” Lo que si no ha madura el tiempo ni nuestros avatares, es esa condición de máquina trituradora, de armatoste que se alimenta de nuestros recuerdos y los expulsa de nuestras memorias, somos un país sin historia, un lugar afanosamente endilgado como una tierra de gracia y donde pulula la apatía y el olvido, ¿cómo vamos a lograr salir adelante si no sabemos de donde venimos? Precisamente hoy se esta celebrando el natalicio del quizás más grande y mejor cantante de música venezolana, sí, venezolana, porque si bien su profesión fue exclusivamente el pregonar de la música recia de nuestra tierra, no existe en ningún otro género un artista que hubiese escrito páginas de mayor gloria en el canto folklórico de nuestro país. Ángel Custodio Loyola, guariqueño, nacido en La Mata Arzolera un 4 de septiembre de 1926, llenó con su peculiar estilo el alma de toda una nación que rendida ante su vernáculo cantó se adentró en la cultura y las hermosas formas musicales de nuestra llanura; sedujo a un público que despertó y sembrado con hermosos versos fueron impregnados con la visión y estilo de vida de aquellas tierras maravillosas y sus faenas. Con su singular e innovador estilo conformó los lineamientos de la música llanera. Hoy cuando se celebra el natalicio de este inmenso artista venezolano, no queda más remedio que lamentar que el olvido cubra con su cerrado velo el legado de este genial hombre que con su voz y composiciones pintó llanura no solo en Venezuela; fue reconocido como un eximio artista en Colombia, Centro América y hasta en México, donde llegó a tener importantes participaciones en la meca del cine hispano parlante. Hoy más que nunca su legado sigue vigente y a pesar de la indolencia con que nos manejamos, este gran artista vive en la sabana del corazón de todos aquellos que orgullosos nos reconocemos como hijos de la llanura.

jueves, 10 de mayo de 2012

Una nación que se construye con lágrimas.

¿Hasta cuándo el dolor será con lo que nos paga el estado? ¿Cuántos otros niños verán afectada su vida gracias a despiadada actividad de los criminales? Como todas las mañanas hoy me he sumergido en las noticias y la amargura se poseyó de mi al leer, que una joven madre, estudiante, trabajadora, de apenas 22 años quien sufría de cáncer y batallaba para salir adelante con sus hijos; fue víctima del horror que se vive en Venezuela, fue mortalmente herida por unos delincuentes para despojarla de sus pertenencias. Yeseini Rincón era su nombre; sus hijos aterrados abrazados a ella vieron como agonizaba y finalmente fallecía. Imaginen por un breve instante ese dolor, lo que sentiría esa madre que había jurado batallar contra el cáncer y que la enfermedad no se interpondría entre ella y la felicidad de sus hijos. Pongamos el nombre que quisiéramos, analicemos los ¿por qué? e invariablemente siempre será algo malvado e injusto; siento el llanto y la angustia de esos pequeños de apenas 5 y 7 años… el sólo recordar esto me crispa y hace retorcer de pena. ¿Qué nos pasa como sociedad? ¿dónde está el limite? Las reacciones ante algo como esto considero deberían ser contundentes, es una aberración contra la mujer, contra la infancia y es una muestra más de la enfermedad que sufre nuestra maltrecha patria. Simplemente no se puede evitar expresar la indignación y frustración al leer asuntos perversos como este. Nuestro país cabalga sobre un corcel, que a galope velos nos conduce a tiempos todavía más oscuros, Venezuela se ha transformado en un país vil, donde la impunidad es alarmante, el hampa cobra visos sádicos y lo despiadado de los horrendos crímenes me hacen temblar de pavor. Históricamente esta nación ha sufrido los embates de la corrupción judicial, de la mal sana política pública para combatir y prevenir el crimen, la educación hace décadas que va marcha atrás; pero ahora, cuando pienso en el presente mientas escribo estas líneas me doy cuenta que nuestro realidad actual, el hoy, es terrible y grotesco. No se cual será la solución pero no podemos seguir impávidos ante noticias como esta, pobres niños que sin duda quedan marcados para toda la vida. Los vándalos estarán tranquilos y sin ápice de arrepentimiento, la delincuencia sabe que no tiene nada que temer, ya el temor a un estado represor no espanta a nadie y lamentablemente ni tan siquiera nuestro primitivo temor a Dios existe. Venezuela cabalga sobre un corcel que expele fuego y sin duda el calor del infierno nos espera.