jueves, 23 de julio de 2020

La conquista matérica de José María Cruxent

Cuando en 1511 el fraile dominico Antonio de Montesinos dio el célebre sermón en isla La Española, sembró el cambio sustancial en la relación existente entre la monarquía española y el Nuevo Mundo. “Soy la voz de Dios en el desierto de esta isla y estáis en pecado mortal y en el vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes”. Desde el púlpito la Iglesia develaba la injusticia con la que los conquistadores impondrían su ley en nombre de Dios y la corona. Con el proceso de la colonización se produce una trasformación histórica que llevó a la conformación de naciones que aún están en la búsqueda de su identidad. La historia de América y España ha sido durante siglos una trashumancia que se deposita cual olas del mar en las costas de ambas orillas. Venezuela como parte del Nuevo Mundo, se forjó con la meteorización de antiguas civilizaciones como la Arawak cuya influencia y hegemonía se extendió hasta Florida al norte del continente o la de los Caribe que dominaron con fiereza las Antillas; durante siglos el legado de estas etnias estuvo oculto a la espera para integrar el rompecabezas del que hacemos parte. Con la llegada en 1939 del arqueólogo y pintor español José María Cruxent (Sarrià 1911- Coro 2005) el país ganó un valiosísimo venezolano como lo demostró con su inmenso aporte por más de seis décadas. Su investigación es de dimensiones incalculables, por él conocimos que existían poblaciones en el país desde 16 000 a.C. o el hito que significó desenterrar en Cubagua la ciudad de Nueva Cádiz. A finales de los años cincuenta comienza su singular y prolífica actividad en la pictórica local, la obra de Cruxent está vinculada estrechamente a su actividad científica, pareciera que de la tierra escaba testimonios y los traslada a distintos soportes, ahí confronta la historia cultural y natural. Sus obras eran realizadas en una sola jornada de trabajo; tejidos, chinchorros, redes de pescar, vestimentas, son ordenados y desordenados como un códice antropológico y visceral. Desde muy temprano Cruxent junto a un grupo de artistas informalistas convocados por Juan Calzadilla participa en el salón “Espacios vivientes” en Maracaibo y el “Salón experimental” de la sala Mendoza, se une al grupo vanguardista “El techo de la ballena”, participa en la VI Bienal de Sao Paulo y desde entonces es una figura constante en el arte venezolano y latinoamericano. Su Informalismo trasciende lo caótico dado el contenido y referencias presentes en su obra, marcando un punto de inflexión en momentos históricos que atravesó Venezuela durante la década de los sesenta. El artista, igual que el fraile Montesinos, también nos da un sermón, un llamado a nuestra relación con el tiempo y a la condición de habitantes temporales de los espacios; tarde o temprano seremos incorporados a la materia y el tiempo cubrirá con espesura nuestros caminos.
En obras como Les poisson oriente l'étreinte (Los peces guían el abrazo) 1963, J. M. Cruxent nuevamente reflexiona y confronta en profundidad. La denominación América aún hoy no es reconocida por los humanos existentes desde antes de la conquista, Abya Yala –Tierra de florecimiento-, es y será siempre el nombre ancestral de este continente, conocido así por los pueblos que sobrevivieron a la colonización. Es precisamente una sombra que se cierne sobre la tierra florecida lo que nos brinda el artista, donde las formas y colores parecieran abstraer la luz y cubrir el brillo cálido de estas geografías y sus formas de vida. Resalta la conexión de ambas culturas, el resultado en la historia y la relación con la fe; el pez, símbolo de Cristo alude al cardumen que cruzó el océano para desovar en las cálidas aguas de una gente distinta y sin precedentes conocidos en Europa, lo que fue un abrazo se transformó en un cepo, una red que transfiguró a los peces, un cementerio de luz devenido en claustro. La fuerza y originalidad que este creador imprime a sus pinturas produce un campo externo a su obra, una acción que rebaza las dimensiones físicas del formato, develando una narrativa que comienza más allá de lo que nos expresa la imagen; en esta oportunidad, un jinete apocalíptico y espectral que devorado por la crueldad y tiranía retorna a su punto de partida, un condenado que busca el camino a casa. Como arqueólogo y artista Cruxent expone a la luz lo que había sido sepultado por el tiempo, abriendo camino a estas almas que vagan en nuestro continente, explorando lo que muerto aún nos revela historia y airea el testimonio de un encuentro forzado que nos pertenece. La obra de Cruxent siempre es un viaje apasionante a la aventura del pasado, una constante interrogación de lo que somos pero principalmente hacía donde vamos en la búsqueda profunda de nuestro origen, la travesía trepidante que aún espera descubramos en el seco polvo de nosotros.
Publicado por El Nacional, 3 de julio de 2020. Fotografías: 1- José María Cruxent con un indigena venezolano en el Alto Ventuari. 2- Los peces orientan el abrazo, J.M. Cruxent,1963. 3- J.M. Cruxent trabajando una obra.

lunes, 10 de junio de 2019

A propósito de LAS RATAS, reflejo de un castigo llegado del Olimpo.

Según la mitología griega, Narciso era un joven dotado con tal belleza que sus encantos maravillaban a hombres y mujeres por igual; sabiéndose un ser admirado y deseado por todos, cultivó en él una arrogancia inconmensurable que irremediablemente lo imposibilitó a querer a otra persona que no fuese así mismo. La dulcísima y hermosa ninfa Eco, amaba con toda la fuerza que un corazón puede hacerlo al bello Narciso, pero ella llevaba consigo el fardo de una maldición con la que Hera, celosa había castigado a la prístina ninfa, Eco era muda, solo podía repetir la última palabra que dijeran las personas. El apuesto griego no podía fijarse en alguien como Eco. Ella, despreciada se ocultó en una caverna, hecha un manojo de dolor rogó a la diosa de la venganza y justicia divina, Némesis, que maldijera a Narciso por su arrogancia; Eco de tanta pena se fue secando y desapareciendo lentamente hasta solo ser lo que conocemos como un eco. Una tarde Narciso se acercó a la orilla de un río y descubrió en el reflejó del agua cristalina al ser más hermoso que sus ojos habían contemplado, encantado con la imagen de su rostro quedó prendado ante su propia apariencia, el joven solo podía admirar aquella imagen que era tan divina y a la cual no se permitía abandonar, Narciso postrado, únicamente podía estar allí. Así pasaron incontables días con sus noches, sin comer o beber y en estado de locura falleció intentando tocar esa hermosa imagen que al contacto con la punta de sus dedos desaparecía. Mario Sudano nos ha brindado con su pieza teatral LAS RATAS lo que puede ser un contundente reflejo de la maldición con la que está lastrada nuestra sociedad, sociedad ebria de vanidad y de abandono. En poco menos de una hora fuimos expuestos a una telúrica y nauseabunda confrontación con una instantánea a todo color de las tripas de nuestra nación, el ego sacudido por esta furiosa tunda que daban desde el escenario podría sacar de su postración al Narciso que llevamos dentro y con el que absortos seguimos admirándonos ante el reflejo de nuestra imagen que está en un pozo que es de todo menos de aguas cristalinas. Sin temor puedo catalogar a esta obra como un llamado de la dramaturgia venezolana contemporánea por sencillamente tener el atrevimiento de ser absolutamente cruda y grotesca, he aquí el gran salto del dramaturgo, es un hecho creativo como respuesta a nuestra realidad, es por esto que valoro su carga política, paradójicamente, ni un solo vocablo está atado a discursos manidos, falsos o complacientes de los dos bochornosos filibusteros sectores que insisten en enmascáranos y que seamos parte de sus absurdas comparsas. El valioso aporte de su dramaturgia es que nos somete al escrutinio de nuestros valores y no permite que nos escurramos buscando otros culpables, Sudano nos hace protagonistas y en este elenco cada quien tienen su parte. En la versión clásica romana, Ovidio escribió que el vidente Tiresias dijo a la madre de Narciso “viviría hasta edad avanzada mientras nunca se conociera así mismo”, en contra corriente, la obra de Mario Sudano nos grita de manera desgarradora que la salvación es precisamente conocernos a nosotros mismos; abrir de una buena vez los ojos y mirarnos, pero mirarnos desde el alma y con la conciencia de lo que somos, asumir que la mayoría estamos atrapados en una tragedia que es secular y crónica, nuestra vanidad y egoísmo han forjado un entramado social lleno de vergüenza y cuyos frutos apenas estamos cosechando. Solo rompiendo los paradigmas y estrechando nuestras realidades sabremos y podremos si a caso construir un país más llevadero. Aplaudo vigorosamente la pluma de este talentoso y comprobado hombre de teatro. La travesía por donde Mario como director conduce al público puede ser leída de distintas maneras, particularmente para mi fue una tragedia desde que abre el telón y somos sumidos en la realidad espacial de millones de seres humanos que sobreviven en condiciones alejadas de lo idílico -destaco el trabajo de creación y realización escenográfica de Desirée Monasterios y Pedro Arias; demuestran que conocen con solvencia como afrontar las necesidades de una creación-. Sudano lleva sin remilgos ni ademanes a sus actrices a una naturalidad que da escozor y asco, un muestrario con dos desdichadas mujeres que pueden tener el rostro de millones de mujeres en Venezuela, violentamente real es la relación de este par que juegan con acero y sistemáticamente se hieren, se hieren como una dinámica lúdica y existencial, son inertes al dolor, atrofiados los sentidos y trastocados los rasgos de humanidad, las fronteras fueron borradas; no existen limites morales o mentales que alteren la forma y el fondo con la que estos personajes flotan en ese caldo degradante donde se han levantado. Una buena mancuerna forman las dos destacadas intérpretes, Giuliana Rodríguez y Dessirée Monstarios, son dos actrices que hacen gala de entendimiento y una le brinda a la otra el apoyo escénico para hacer alarde de una verdad que realmente llega a ser reprochable y sobre todo conmovedora. Celebro ampliamente sus cualidades histriónicas que permitió sentir el drama en que nos encontramos; marcada ausencia de estructura familiar, el fracaso del sistema educativo; la cotidianidad de la violencia, el vicio descarrilado, el delito y la condición de sobreviviente dejan un triste sabor. Una pena que esta eximia radiografía social no tenga una temporada convencional y que solo por una función fuese por ahora presentada al público. Por desgracia, la escena nacional cada día se torna más complaciente, divertida y cómoda; casi no hay espacios para obras que nos retuerzan y nos desnuden; no es rentable descubrir que no somos víctimas sino la mano que apuñala, nuestra propia Némesis en una sociedad que inerte sigue mirando con vanidad y prepotencia a un falso reflejo de si misma mientras la voz de la ninfa Eco nos grita ¡Despierta, despierta, despierta!

martes, 23 de abril de 2019

La nueva vuelta al Sol...

A Billy Joel, a García Lorca por ser el inicio y el final, a
Condorito por enseñarme a caer ante lo insólito, al Llano por sus lecciones de algebra imposible, a Bach, a las tardes de marzo, a las flores de abril, a Mohamed Ali, a Soda Stereo, a las bombas de agua en Carnaval, a los pájaros que llegan a la ventana, a la brisa que sacude las matas, al gran Ángel Custodio Loyola, al polvoriento pueblo en donde nací, a los libros que leí, al Zorro que montó a Tornado, a Jean- Michel Basquiat, al Indio Fernández, a Germán Mendieta, a las salas de cine donde me refugie en las funciones de matiné, a Rajatabla, al ballet, a los aplausos después de una función, a las monjas que me reprendieron, a los curas que me aconsejaron, a los caballos con los que cabalgué mientras la tarde moría, a Cristóbal Rojas, a quienes se fueron buscando fronteras en la galaxia, a los locos perdidos en mi alma, a mis padres y sus abrazos, a mis primos que siempre me defendían y se anotaban conmigo a dar duras golpizas, a mi abuelita quien fue todo, a las oraciones que repetí, a san Jorge, a la Virgen de Fátima, a Dios sobre todo, a las montañas de dulce que tragué, a quienes admiré, a la arena del mar a quien inútilmente intenté contar, a el ecuador de mis razones el cual crucé sin saber si retorné, al perro que estando herido lamió mi brazo, al prójimo que me recordó mi fortuna, a Canserbero por su prosa que se acunó como puñal, a Chabuca Granda, al inventor de la bala cuya obra me salvó 2 veces, a los bandoleros con los que me conseguí, a las poesías que escribí, a la verdad que descubrí, a mis exploraciones en los museos, a Pedro Infante, a mis amigos con los que reí y sufrí, a Víctor Valera Mora, a las metras que perdí, a las minitecas con las que bailé, a las paredes que pinté, a Jorge Negrete, a Diego Maradona por sus goles, a las vacas que se murieron, a quienes hicieron pan caliente, a quien me quitó las vendas, a quien me dio una lupa que puede ampliar el alma, al montón de estrellas que en noches errantes miré, a la cajita de música que siempre escuchaba, a Caracas donde viví todo pero no soy parte, al asfalto donde dejé mucha piel, a la sensación de cuando llegaba a un lugar ya quería irme, a la sonrisa de los niños, a los arboles cargados de ciruelas, a Joselo, a los inter cursos de mi colegio, a los trompos que siempre giraron, a Alain Delon, a Ayrton Senna por correr a toda marcha, a Raquel Welch y su figura de sueños, a las ganas de comenzar de nuevo, a la ilusión de corregir, a mis oraciones de rodillas invocando la gracia del Cielo, a los castillos en la playa que nunca hice, al olvido que fue medicina, a los choques de frente con la realidad, a las canciones que una y otra vez y otra vez repetí, a Mafalda por llamarme a la reflexión, a la lluvia que en gotas vi caer por los viejos tejados, a la piel en donde mis manos se han escurrido, a la carne que mordí, a los gritos, a lo que sé y en secreto guardé por siempre, a las hornillas en las que cociné, a los pinceles y colores, a la sangre que seca se durmió entre las telas de mis camisas, a los cientos de velas que encendí, al temor a morir, a las mariposas, al tiempo perdido, a lo que me faltó hacer, a tantas cosas que llevé a cuestas, a la conciencia que algunas veces fue ligera y otras un pesado fardo, a las mujeres que amé, a las mujeres que me dieron lo mejor de si, a los peces voladores, a la linterna sin batería, a mis pasos perdidos, al viejo inventario de haber vivido, a mis cambios para seguir siendo el mismo, al mundo imaginario donde me refugié, a lo que pensé y no fue, a lo que sentí, y a lo que creí era Universo fantástico donde murieron las caricias, a la traición de las promesas más bonitas, a quien por ser la bruma efímera de un corazón enfermo se perdió en la memoria de lo que no existió. A todo esto, gracias.

lunes, 12 de noviembre de 2012

K.O. fulminante o como Rolando Giménez se convierte en candidato para ser EL MÁS MEJOR

El deporte es para muchos el pináculo de la evolución del ser humano, cuerpos atléticos extenuados que rubrican la historia con sudor, triunfos y derrotas. La ebriedad de la admiración ante los fulgurantes campeones nos enceguece de manera espectacular, nos hace soñar con la grandeza que estaba reservada a los dioses. Para mi, el mayor escenario evolutivo está suscrito a lo sublime del arte, lo pródigo de la razón cuando se encumbra a construir una estética y un mensaje. Soy un empedernido aficionado del boxeo, ese deporte que tiene tanto de cruel como de épico; gladiadores modernos que dejan sangre sobre el ring y que al igual que muchos de nosotros se juegan la vida en un puñetazo del destino. El destino me ha guiado a ser un espectador de no solo una de las quizá mejores piezas que en los últimos años se ha presentado en nuestras salas, sino a presenciar el combate que un artista ha emprendido con la vida; gallardamente con los brazos en guardia arremete contra le mediocridad y los pavorosos augurios del que hacer teatral. He podido disfrutar del simplemente magnífico espectáculo EL MÁS MEJOR, obra producida por RAJATABLA, con dramaturgia de un eximio Roberto Azuaje quien está llamado a ser un dramaturgo de un gran legado e importancia en el futuro y en versión y dirección de un artista de talento robusto y muy atrevido como lo es Rolando Giménez. En poco más de hora y quince minutos, fui testigo de una puesta en escena descarnada, pasional y llena del rigor que tanto se extraña en la malograda escena local con las propuestas de entretenimiento de nuestra ciudad, que hoy hacen gala inmerecidamente de llamarse teatro. Giménez hace alarde de una depurada puesta en escena, llena del vigor que se vive en el cuadrilátero, momentos que se van sucediendo con la vertiginosidad de los rounds como en una pelea por un titulo mundial. Este grupo de noveles y talentosos artistas nos llevan a una pugna, nos aferramos o nos perdemos. Esta es la historia de Vicente Paúl Rondón, ex campeón mundial de boxeo al inicio de la década de los setenta del siglo XX, personaje que conoció las glorias del éxito y desde la cumbre hizo añicos su vida al caer de manera estrepitosa, la memoria y los fantasmas de nuestra sociedad nos amenazan con dejarnos fuera de combate y sumidos en la niebla espesa del olvido. Digno personaje de nuestro imaginario popular, un ser que, adoleciendo de carencias culturales arriesgó y perdió, pero por momentos acarició la posición reservada para muy pocos, ser una ídolo rutilante del deporte y estar ligado a ese extraño amor que une a los aficionados con aquellos que dejando la vida por conseguir triunfos no hacen felices. Con un muy bien planificado conjunto de acciones dramáticas, este montaje nos conduce por un viaje concéntrico a un mundo real y a la vez fantasioso, a manera de Dante, Rolando Giménez y su equipo nos introducen a los planos profundos del inconsciente humano y nos arrojan desnudos a la confrontación con nuestras pasiones, para ser golpeados con un cross a la mandíbula que nos deja tendidos en la lona. Un dispositivo escénico a manera de ensogado que va transformándose en plataformas o atalayas desde donde los personajes se lanzan en vuelo rapaz a nuestras emociones; es la singular escenografía, por momentos estos módulos, ruedan, se juntan, cambian de forma, parecieran pedestales con graníticas figuras sobre ellos, quienes desde su inmovilidad nos reflejan los interminables giros de la humanidad. Un más que sublime diseño de iluminación del maestro David Blanco nos hace merodear por sensaciones, ideas y sobre todo la cruda realidad de una vida entorpecida y dilapidada, una vez más Blanco nos demuestra que sabe utilizar la luz como elemento creador. Mención especial la dirección de actores por parte de Giménez y la valiosa propuesta coreográfica que rinde tributo al cuerpo, a las ganas con las que se lucha en la vida y esa halo mortecino con que se extingue el protagonista, muy bien por Soraya Orta; ella contribuye a sellar una obra que se enclaustra en el gusto y se hace necesaria. Ángel Pájaro como el ex campeón Vicente Paúl Rondón nos presenta un personaje absolutamente bien logrado, su exploración del pegador de Barlovento que como un gran bocazas soltaba “SOY EL MÁS MEJOR DEL MUNDO” es merecedora de incontables aplausos. Destacan también Heriberto Garcés quien se ha convertido para mi en una experiencia gratificante verle cada vez en escena, no menos estupendo y chispeante es la gran actuación de un joven que cada día muestra más herramientas como actor, Ernesto Campos; enternecedoras la actuaciones de Indira Jiménez y Orlanis Barreto como Apolonia Rondón madre del boxeador y el espíritu de esta respectivamente; el maduro y con contundente plasticidad Rufino Dorta, en el rol de referí, el cual Caronte nos guía en la barca camino al Hades. En general el elenco regaló un trabajo que merece nuestra admiración, felicitaciones muchachos. La impactante historia de Vicente Paúl Rondón es asimétricamente la historia de una Venezuela que enmarañada en sus inmensas posibilidades aún sigue dando tumbos en el destino de las naciones. Descubrir la pluma de Roberto Azuaje es para mi un bálsamo y me revitaliza, es difícil hoy en día apreciar nuevas generaciones de dramaturgos venezolanos que produzcan obras como esta. En resumen tener la posibilidad de asistir a una función de EL MÁS MEJOR, es ante todo una celebración a la vida, al teatro y al espíritu humano, que al igual que en la mitológica condena de Sísifo, nos ata a un destino que nos hace luchar por nuestro destino una y otra vez hasta el fin de los tiempos. Gracias Rolando Giménez por EL MÁS MEJOR. Sigue con tus sueños como los grandes atletas del ring; citius altius fortius; más rápido más alto más fuerte…

martes, 4 de septiembre de 2012

Ángel Custodio Loyola, El Tigre de Masaguarito.

Ángel Custodio Loyola, El Tigre de Masaguarito: “…la guayaba nació verde y el tiempo la maduró…” Lo que si no ha madura el tiempo ni nuestros avatares, es esa condición de máquina trituradora, de armatoste que se alimenta de nuestros recuerdos y los expulsa de nuestras memorias, somos un país sin historia, un lugar afanosamente endilgado como una tierra de gracia y donde pulula la apatía y el olvido, ¿cómo vamos a lograr salir adelante si no sabemos de donde venimos? Precisamente hoy se esta celebrando el natalicio del quizás más grande y mejor cantante de música venezolana, sí, venezolana, porque si bien su profesión fue exclusivamente el pregonar de la música recia de nuestra tierra, no existe en ningún otro género un artista que hubiese escrito páginas de mayor gloria en el canto folklórico de nuestro país. Ángel Custodio Loyola, guariqueño, nacido en La Mata Arzolera un 4 de septiembre de 1926, llenó con su peculiar estilo el alma de toda una nación que rendida ante su vernáculo cantó se adentró en la cultura y las hermosas formas musicales de nuestra llanura; sedujo a un público que despertó y sembrado con hermosos versos fueron impregnados con la visión y estilo de vida de aquellas tierras maravillosas y sus faenas. Con su singular e innovador estilo conformó los lineamientos de la música llanera. Hoy cuando se celebra el natalicio de este inmenso artista venezolano, no queda más remedio que lamentar que el olvido cubra con su cerrado velo el legado de este genial hombre que con su voz y composiciones pintó llanura no solo en Venezuela; fue reconocido como un eximio artista en Colombia, Centro América y hasta en México, donde llegó a tener importantes participaciones en la meca del cine hispano parlante. Hoy más que nunca su legado sigue vigente y a pesar de la indolencia con que nos manejamos, este gran artista vive en la sabana del corazón de todos aquellos que orgullosos nos reconocemos como hijos de la llanura.

jueves, 10 de mayo de 2012

Una nación que se construye con lágrimas.

¿Hasta cuándo el dolor será con lo que nos paga el estado? ¿Cuántos otros niños verán afectada su vida gracias a despiadada actividad de los criminales? Como todas las mañanas hoy me he sumergido en las noticias y la amargura se poseyó de mi al leer, que una joven madre, estudiante, trabajadora, de apenas 22 años quien sufría de cáncer y batallaba para salir adelante con sus hijos; fue víctima del horror que se vive en Venezuela, fue mortalmente herida por unos delincuentes para despojarla de sus pertenencias. Yeseini Rincón era su nombre; sus hijos aterrados abrazados a ella vieron como agonizaba y finalmente fallecía. Imaginen por un breve instante ese dolor, lo que sentiría esa madre que había jurado batallar contra el cáncer y que la enfermedad no se interpondría entre ella y la felicidad de sus hijos. Pongamos el nombre que quisiéramos, analicemos los ¿por qué? e invariablemente siempre será algo malvado e injusto; siento el llanto y la angustia de esos pequeños de apenas 5 y 7 años… el sólo recordar esto me crispa y hace retorcer de pena. ¿Qué nos pasa como sociedad? ¿dónde está el limite? Las reacciones ante algo como esto considero deberían ser contundentes, es una aberración contra la mujer, contra la infancia y es una muestra más de la enfermedad que sufre nuestra maltrecha patria. Simplemente no se puede evitar expresar la indignación y frustración al leer asuntos perversos como este. Nuestro país cabalga sobre un corcel, que a galope velos nos conduce a tiempos todavía más oscuros, Venezuela se ha transformado en un país vil, donde la impunidad es alarmante, el hampa cobra visos sádicos y lo despiadado de los horrendos crímenes me hacen temblar de pavor. Históricamente esta nación ha sufrido los embates de la corrupción judicial, de la mal sana política pública para combatir y prevenir el crimen, la educación hace décadas que va marcha atrás; pero ahora, cuando pienso en el presente mientas escribo estas líneas me doy cuenta que nuestro realidad actual, el hoy, es terrible y grotesco. No se cual será la solución pero no podemos seguir impávidos ante noticias como esta, pobres niños que sin duda quedan marcados para toda la vida. Los vándalos estarán tranquilos y sin ápice de arrepentimiento, la delincuencia sabe que no tiene nada que temer, ya el temor a un estado represor no espanta a nadie y lamentablemente ni tan siquiera nuestro primitivo temor a Dios existe. Venezuela cabalga sobre un corcel que expele fuego y sin duda el calor del infierno nos espera.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Libertad Lamarque "Quiero verte una vez más"




A 11 años sin nuestra novia, hoy se conmemora tu partida; aún, América es toda tuya.