lunes, 10 de junio de 2019

A propósito de LAS RATAS, reflejo de un castigo llegado del Olimpo.

Según la mitología griega, Narciso era un joven dotado con tal belleza que sus encantos maravillaban a hombres y mujeres por igual; sabiéndose un ser admirado y deseado por todos, cultivó en él una arrogancia inconmensurable que irremediablemente lo imposibilitó a querer a otra persona que no fuese así mismo. La dulcísima y hermosa ninfa Eco, amaba con toda la fuerza que un corazón puede hacerlo al bello Narciso, pero ella llevaba consigo el fardo de una maldición con la que Hera, celosa había castigado a la prístina ninfa, Eco era muda, solo podía repetir la última palabra que dijeran las personas. El apuesto griego no podía fijarse en alguien como Eco. Ella, despreciada se ocultó en una caverna, hecha un manojo de dolor rogó a la diosa de la venganza y justicia divina, Némesis, que maldijera a Narciso por su arrogancia; Eco de tanta pena se fue secando y desapareciendo lentamente hasta solo ser lo que conocemos como un eco. Una tarde Narciso se acercó a la orilla de un río y descubrió en el reflejó del agua cristalina al ser más hermoso que sus ojos habían contemplado, encantado con la imagen de su rostro quedó prendado ante su propia apariencia, el joven solo podía admirar aquella imagen que era tan divina y a la cual no se permitía abandonar, Narciso postrado, únicamente podía estar allí. Así pasaron incontables días con sus noches, sin comer o beber y en estado de locura falleció intentando tocar esa hermosa imagen que al contacto con la punta de sus dedos desaparecía. Mario Sudano nos ha brindado con su pieza teatral LAS RATAS lo que puede ser un contundente reflejo de la maldición con la que está lastrada nuestra sociedad, sociedad ebria de vanidad y de abandono. En poco menos de una hora fuimos expuestos a una telúrica y nauseabunda confrontación con una instantánea a todo color de las tripas de nuestra nación, el ego sacudido por esta furiosa tunda que daban desde el escenario podría sacar de su postración al Narciso que llevamos dentro y con el que absortos seguimos admirándonos ante el reflejo de nuestra imagen que está en un pozo que es de todo menos de aguas cristalinas. Sin temor puedo catalogar a esta obra como un llamado de la dramaturgia venezolana contemporánea por sencillamente tener el atrevimiento de ser absolutamente cruda y grotesca, he aquí el gran salto del dramaturgo, es un hecho creativo como respuesta a nuestra realidad, es por esto que valoro su carga política, paradójicamente, ni un solo vocablo está atado a discursos manidos, falsos o complacientes de los dos bochornosos filibusteros sectores que insisten en enmascáranos y que seamos parte de sus absurdas comparsas. El valioso aporte de su dramaturgia es que nos somete al escrutinio de nuestros valores y no permite que nos escurramos buscando otros culpables, Sudano nos hace protagonistas y en este elenco cada quien tienen su parte. En la versión clásica romana, Ovidio escribió que el vidente Tiresias dijo a la madre de Narciso “viviría hasta edad avanzada mientras nunca se conociera así mismo”, en contra corriente, la obra de Mario Sudano nos grita de manera desgarradora que la salvación es precisamente conocernos a nosotros mismos; abrir de una buena vez los ojos y mirarnos, pero mirarnos desde el alma y con la conciencia de lo que somos, asumir que la mayoría estamos atrapados en una tragedia que es secular y crónica, nuestra vanidad y egoísmo han forjado un entramado social lleno de vergüenza y cuyos frutos apenas estamos cosechando. Solo rompiendo los paradigmas y estrechando nuestras realidades sabremos y podremos si a caso construir un país más llevadero. Aplaudo vigorosamente la pluma de este talentoso y comprobado hombre de teatro. La travesía por donde Mario como director conduce al público puede ser leída de distintas maneras, particularmente para mi fue una tragedia desde que abre el telón y somos sumidos en la realidad espacial de millones de seres humanos que sobreviven en condiciones alejadas de lo idílico -destaco el trabajo de creación y realización escenográfica de Desirée Monasterios y Pedro Arias; demuestran que conocen con solvencia como afrontar las necesidades de una creación-. Sudano lleva sin remilgos ni ademanes a sus actrices a una naturalidad que da escozor y asco, un muestrario con dos desdichadas mujeres que pueden tener el rostro de millones de mujeres en Venezuela, violentamente real es la relación de este par que juegan con acero y sistemáticamente se hieren, se hieren como una dinámica lúdica y existencial, son inertes al dolor, atrofiados los sentidos y trastocados los rasgos de humanidad, las fronteras fueron borradas; no existen limites morales o mentales que alteren la forma y el fondo con la que estos personajes flotan en ese caldo degradante donde se han levantado. Una buena mancuerna forman las dos destacadas intérpretes, Giuliana Rodríguez y Dessirée Monstarios, son dos actrices que hacen gala de entendimiento y una le brinda a la otra el apoyo escénico para hacer alarde de una verdad que realmente llega a ser reprochable y sobre todo conmovedora. Celebro ampliamente sus cualidades histriónicas que permitió sentir el drama en que nos encontramos; marcada ausencia de estructura familiar, el fracaso del sistema educativo; la cotidianidad de la violencia, el vicio descarrilado, el delito y la condición de sobreviviente dejan un triste sabor. Una pena que esta eximia radiografía social no tenga una temporada convencional y que solo por una función fuese por ahora presentada al público. Por desgracia, la escena nacional cada día se torna más complaciente, divertida y cómoda; casi no hay espacios para obras que nos retuerzan y nos desnuden; no es rentable descubrir que no somos víctimas sino la mano que apuñala, nuestra propia Némesis en una sociedad que inerte sigue mirando con vanidad y prepotencia a un falso reflejo de si misma mientras la voz de la ninfa Eco nos grita ¡Despierta, despierta, despierta!

martes, 23 de abril de 2019

La nueva vuelta al Sol...

A Billy Joel, a García Lorca por ser el inicio y el final, a
Condorito por enseñarme a caer ante lo insólito, al Llano por sus lecciones de algebra imposible, a Bach, a las tardes de marzo, a las flores de abril, a Mohamed Ali, a Soda Stereo, a las bombas de agua en Carnaval, a los pájaros que llegan a la ventana, a la brisa que sacude las matas, al gran Ángel Custodio Loyola, al polvoriento pueblo en donde nací, a los libros que leí, al Zorro que montó a Tornado, a Jean- Michel Basquiat, al Indio Fernández, a Germán Mendieta, a las salas de cine donde me refugie en las funciones de matiné, a Rajatabla, al ballet, a los aplausos después de una función, a las monjas que me reprendieron, a los curas que me aconsejaron, a los caballos con los que cabalgué mientras la tarde moría, a Cristóbal Rojas, a quienes se fueron buscando fronteras en la galaxia, a los locos perdidos en mi alma, a mis padres y sus abrazos, a mis primos que siempre me defendían y se anotaban conmigo a dar duras golpizas, a mi abuelita quien fue todo, a las oraciones que repetí, a san Jorge, a la Virgen de Fátima, a Dios sobre todo, a las montañas de dulce que tragué, a quienes admiré, a la arena del mar a quien inútilmente intenté contar, a el ecuador de mis razones el cual crucé sin saber si retorné, al perro que estando herido lamió mi brazo, al prójimo que me recordó mi fortuna, a Canserbero por su prosa que se acunó como puñal, a Chabuca Granda, al inventor de la bala cuya obra me salvó 2 veces, a los bandoleros con los que me conseguí, a las poesías que escribí, a la verdad que descubrí, a mis exploraciones en los museos, a Pedro Infante, a mis amigos con los que reí y sufrí, a Víctor Valera Mora, a las metras que perdí, a las minitecas con las que bailé, a las paredes que pinté, a Jorge Negrete, a Diego Maradona por sus goles, a las vacas que se murieron, a quienes hicieron pan caliente, a quien me quitó las vendas, a quien me dio una lupa que puede ampliar el alma, al montón de estrellas que en noches errantes miré, a la cajita de música que siempre escuchaba, a Caracas donde viví todo pero no soy parte, al asfalto donde dejé mucha piel, a la sensación de cuando llegaba a un lugar ya quería irme, a la sonrisa de los niños, a los arboles cargados de ciruelas, a Joselo, a los inter cursos de mi colegio, a los trompos que siempre giraron, a Alain Delon, a Ayrton Senna por correr a toda marcha, a Raquel Welch y su figura de sueños, a las ganas de comenzar de nuevo, a la ilusión de corregir, a mis oraciones de rodillas invocando la gracia del Cielo, a los castillos en la playa que nunca hice, al olvido que fue medicina, a los choques de frente con la realidad, a las canciones que una y otra vez y otra vez repetí, a Mafalda por llamarme a la reflexión, a la lluvia que en gotas vi caer por los viejos tejados, a la piel en donde mis manos se han escurrido, a la carne que mordí, a los gritos, a lo que sé y en secreto guardé por siempre, a las hornillas en las que cociné, a los pinceles y colores, a la sangre que seca se durmió entre las telas de mis camisas, a los cientos de velas que encendí, al temor a morir, a las mariposas, al tiempo perdido, a lo que me faltó hacer, a tantas cosas que llevé a cuestas, a la conciencia que algunas veces fue ligera y otras un pesado fardo, a las mujeres que amé, a las mujeres que me dieron lo mejor de si, a los peces voladores, a la linterna sin batería, a mis pasos perdidos, al viejo inventario de haber vivido, a mis cambios para seguir siendo el mismo, al mundo imaginario donde me refugié, a lo que pensé y no fue, a lo que sentí, y a lo que creí era Universo fantástico donde murieron las caricias, a la traición de las promesas más bonitas, a quien por ser la bruma efímera de un corazón enfermo se perdió en la memoria de lo que no existió. A todo esto, gracias.